Maté la bohemía que un día, ya lejano, quiso matarme, y estoy convencido de que el poeta no está condenado totalmente a la miseria. Esta fatalidad, que todavía impresiona a los espíritus locales y conviene a la injusticia social, pertenece a la época ingenua y pastoril en que las grandes mentiras llegaban a convertirse en grandes altares. El poeta es un hombre, antes que todo, y como tal debe luchar, no sólo por la perfección de sus versos, sino también por el pan diario, por el lecho y el techo, por la esposa y el hijo, y por la dignificación de la vida en todos los sentidos. Se acabaron las noches rimadas y los ebrios en los bares que pagan con una moneda de aguardiente. El hombre universal, el poeta, que de verdad lo es, está despierto en medio de sus letras, construyendo, el futuro, haciendo su propio camino y el camino de los otros hombres.
Carlos Castro Saavedra.